miércoles, 15 de agosto de 2012

Esclavos de la pasión

El dominio de uno mismo, esa capacidad de afrontar los contratiempos emocionales que nos deparan los avatares del destino y que nos emancipa de la «esclavitud de las pasiones» ha sido una virtud altamente encomiada desde los tiempos de Platón. Como señala Page DuBois, el notable erudito de la Grecia clásica, el antiguo término griego utilizado para referirse a esta virtud era sofrosyne, «el cuidado y la inteligencia en el gobierno de la propia vida». Los romanos y la iglesia cristiana primitiva, por su parte, la denominaban temperantia —templanza— la contención del exceso emocional. Pero el objetivo de la templanza no es la represión de las emociones sino el equilibrio, porque cada sentimiento es válido y tiene su propio valor y significado. Una vida carente de pasión sería una tierra yerma indiferente que se hallaría escindida y aislada de la fecundidad de la vida misma. Como apuntaba Aristóteles, el objetivo consiste en albergar la emoción apropiada, un tipo de sentimiento que se halle en consonancia con las circunstancias. El intento de acallar las emociones conduce al embotamiento y la apatía, mientras que su expresión desenfrenada, por el contrario, puede terminar abocando, en situaciones extremas, al campo de lo patológico (como ocurre, por ejemplo, en los casos de depresión postrante, ansiedad aguda, cólera desmesurada o autación maniaca).
El hecho de mantener en jaque a las emociones angustiosas constituye la clave de nuestro bienestar emocional. Como acabamos de señalar, los extremos —esto es, las emociones que son desmesuradamente intensas o que se prolongan más de lo necesario— socavan nuestra estabilidad. Pero ello no significa, en modo alguno, que debamos limitarnos a experimentar un sólo tipo de emoción. El intento de permanecer feliz a toda costa nos recuerda a la ingenuidad de aquellas insignias de rostros sonrientes que estuvieron tan de moda durante la década de los setenta. Habría mucho que decir acerca de la aportación constructiva del sufrimiento a la vida espiritual y creativa, porque el sufrimiento puede ayudamos a templar el alma.
La vida está sembrada de altibajos, pero nosotros debemos aprender a mantener el equilibrio.
No se trata, pues, de que, para ser felices, debamos evitar los sentimientos angustiosos, sino tan sólo que no nos pasen inadvertidos y terminen desplazando a los estados de ánimo más positivos. Aun quienes atraviesan episodios de enojo o depresión aguda disponen, a pesar de todo, de la posibilidad de disfrutar de cierta sensación de bienestar si cuentan con el adecuado contrapunto que suponen las experiencias alegres y felices. Estos estudios también confirman la escasa relación existente entre el bienestar emocional de la persona y sus calificaciones académicas o su CI, lo cual demuestra la independencia de las emociones con respecto a la inteligencia académica.
De la misma forma que existe un murmullo continuo de pensamientos en el fondo de la mente, también podemos constatar la existencia de un constante ruido emocional. Despiértese a alguien, por ejemplo, a las seis de la mañana o a las siete de la tarde y descubrirá que siempre se halla en un determinado estado de ánimo. Por supuesto que, en dos mañanas diferentes, uno puede hallarse en dos estados de ánimo muy distintos pero, cuando tratamos de determinar el estado de ánimo general de una persona a lo largo de las semanas o los meses, los datos obtenidos tienden a reflejar su sensación global de bienestar. Y también resulta evidente que los sentimientos muy intensos son relativamente raros y que la mayor parte de las personas vivimos en una especie de término medio gris, en una suave montaña rusa emocional apenas salpicada de ligeros sobresaltos.

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