Mis sentimientos se verán plasmados aqui ya que salí huyendo de otra parte de la cual no puedo regresar no hasta que pueda sanar
viernes, 31 de agosto de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
DOMESTICAR A LA HIPEREXCITABLE AMÍGDALA
Las alentadoras novedades que nos proporciona la investigación llevada a cabo por Kagan es que no todos los miedos de la infancia siguen desarrollándose durante toda la vida, es decir, que el temperamento no es el destino y que las experiencias adecuadas pueden reeducar la hiperexcitabilidad de la amígdala. Lo que determina la diferencia son las lecciones emocionales y las respuestas que los niños aprenden durante su proceso de crecimiento. Lo que cuenta al comienzo para el niño tímido es cómo le tratan sus padres, y es así como aprenden a superar su timidez natural. Los padres que planifican experiencias gradualmente alentadoras para sus hijos les brindan la posibilidad de superar para siempre sus temores.
Uno de cada tres niños que llega al mundo con todos los síntomas de una amígdala hiperexcitable termina perdiendo la timidez cuando entra en la guardería. De la observación de estos niños, previamente temerosos, queda claro que los padres —y especialmente las madres— desempeñan un papel importantísimo en el hecho de que un niño innatamente tímido se fortalezca con el correr de los años o siga huyendo de lo desconocido y se llene de inquietud ante cualquier dificultad. La investigación realizada por el equipo de Kagan descubrió que algunas madres creen que deben proteger a sus hijos tímidos de toda perturbación; otras, en cambio, consideran que es más importante apoyarles para que ellos mismos aprendan a afrontar estos momentos y acostumbrarles así a los pequeños contratiempos de la vida. La sobreprotección, pues, parece alentar el temor privando a los más jóvenes de la oportunidad de aprender a superar sus miedos, mientras que, en cambio, la filosofía de «aprender a adaptarse» parece contribuir a que los niños más temerosos desarrollen su valor.
Las observaciones realizadas en el hogar demostraron que, a los seis meses de edad, las madres protectoras que trataban de consolar a sus hijos, les cogían y les mantenían en sus brazos cuando estaban agitados o lloraban, y lo hacían más que aquéllas otras que trataban de ayudar a que sus hijos aprendieran a dominar por si mismos estos momentos de desasosiego. La proporción entre las veces en que eran cogidos por sus madres cuando estaban tranquilos y cuando estaban inquietos demostró que las madres protectoras sostenían a sus hijos en brazos mucho más durante los momentos de inquietud que durante los de calma.
Al año de edad, la investigación demostró la existencia de otra marcada diferencia. Las madres protectoras se mostraban más indulgentes y ambiguas a la hora de poner límites a sus hijos cuando éstos estaban haciendo algo que podía resultar peligroso como, por ejemplo, meterse en la boca un objeto que pudieran tragarse. Las otras madres, por el contrario, eran empáticas, insistían en la obediencia, imponían límites claros y daban órdenes directas que bloqueaban las acciones del niño.
¿Pero cómo la firmeza de una madre puede conducir a una disminución de la timidez? En opinión de Kagan, cuando un niño se arrastra decididamente hacia algo que le parece atractivo y su madre le interrumpe con un contundente «¡apártate de eso!» se produce un aprendizaje en el que el niño se ve obligado a hacer frente a una leve sensación de incertidumbre. La repetición de esta situación centenares de veces durante el primer año de vida proporciona al niño una serie de ensayos en pequeña escala que le ayudan a aprender a afrontar lo inesperado. Esta es, precisamente, la clase de encuentro que debe aprender a controlar el niño tímido, y la forma más adecuada de hacerlo es en pequeñas dosis. Si los padres se muestran amorosos pero no cogen en brazos al niño y le consuelan ante cada pequeño contratiempo, éste terminará aprendiendo por si mismo a controlar estas situaciones. A los dos años de edad, cuando volvían a llevar los niños temerosos al laboratorio de Kagan, se mostraron mucho menos propensos a llorar ante el gesto serio de un extraño o cuando un experimentador les ponía un esfigmomanómetro en el brazo para medir su tensión sanguínea.
La conclusión de Kagan fue la siguiente: «parece que las madres que protegen a sus hijos muy reactivos contra la frustración y la ansiedad, esperando ayudar así a la superación de este problema, aumentan la incertidumbre del niño y terminan provocando el efecto contrario» En otras palabras, parece que la estrategia protectora priva a los niños de la oportunidad de aprender a calmarse a si mismos frente a lo desconocido y así poder superar un poco más sus miedos. A nivel neurológico, esto significa que los circuitos prefrontales pierden la oportunidad de aprender respuestas alternativas ante el miedo reflejo y, en su lugar, la repetición simplemente fortalece la tendencia a la timidez.
Por el contrario, según me dijo Kagan: «Aquéllos niños que habían logrado vencer su timidez en la guardería tenían padres que ejercían una leve presión para que fueran más sociables. Aunque este rasgo temperamental parezca más difícil de cambiar que otros —probablemente a causa de sus fundamentos fisiológicos— no existe ninguna cualidad humana que sea inmutable».
A lo largo de la infancia algunos niños tímidos se van abriendo en la medida en que la experiencia va moldeando su sistema nervioso. La presencia de un alto nivel de competencia social (la cooperación, el buen trato con los demás niños, la empatía, la predisposición a dar y compartir, la consideración y la capacidad de desarrollar amistades íntimas) constituye uno de los predictores de que un niño tímido terminará superando esta inhibición natural. Estos eran los rasgos característicos de un grupo de niños que, a la edad de cuatro años, habían sido identificados como tímidos y que cambiaron a eso de los diez años de edad. Por el contrario, aquellos otros niños tímidos cuyo temperamento no sufrió ningún cambio perceptible a los diez años de edad, eran menos diestros emocionalmente (lloraban, se alejaban cuando debían enfrentarse a alguna situación problemática, se mostraban emocional mente torpes, eran miedosos, ariscos, solían irritarse ante la menor frustración, tenían dificultades para demorar la gratificación, eran muy suspicaces a las criticas y eran desconfiados). Estas lagunas emocionales constituyen serios obstáculos en su relación con los demás niños, a quienes ponen en situación de tener que acercarse a ellos.
No es difícil advertir el motivo por el cual los niños emocionalmente más competentes tienden a superar espontáneamente su timidez (aunque sean temperamentalmente vergonzosos) puesto que su destreza social les abre un abanico más amplio de experiencias positivas con los demás. Son niños que, una vez que rompen el hielo que supone, por ejemplo, dirigirse a un nuevo compañero son socialmente brillantes. La repetición de esta situación a lo largo de los años tiende naturalmente a convertirles en personas mucho más seguras de sí mismas.
Estos avances hacia la apertura resultan muy alentadores porque sugieren que, en cierto modo, hasta las mismas pautas emocionales innatas pueden cambiar. Un niño que nace temeroso puede aprender a tranquilizarse o incluso a abrirse a lo desconocido. La timidez —o cualquier otro rasgo temperamental— forma parte de nuestro bagaje biológico, pero eso no significa que nos hallemos inexorablemente condicionados por los rasgos emocionales heredados. Así pues, aun dentro de las limitaciones genéticas disponemos de la posibilidad de cambiar. Como observan los estudiosos de la genética de la conducta, nuestro comportamiento no sólo está determinado genéticamente sino que el ambiente —especialmente la experiencia y el aprendizaje— configura la forma en que una predisposición temperamental se manifiesta a lo largo de la vida. La capacidad emocional, pues, no constituye un dato inmutable puesto que, con el aprendizaje adecuado, puede modificarse. Las razones que explican este hecho hay que buscarlas en el modo en que madura el cerebro humano.
Temperamento
Hay personas, cuyas emociones parecen gravitar de forma natural en torno al polo positivo; son personas naturalmente optimistas y despreocupadas. Hay otras, en cambio, que son malhumoradas y melancólicas. Esta dimensión del temperamento —entusiasta en un extremo y melancólico en el otro— parece estar ligada a la actividad relativa de las áreas prefrontales derecha e izquierda, los polos superiores del cerebro emocional.
Esta es, al menos, la conclusión fundamental de la investigación realizada por Richard Davidson, un psicólogo de la Universidad de Wisconsin que descubrió que las personas que tienen una actividad predominantemente más intensa en el lóbulo frontal izquierdo son temperamentalmente alegres, disfrutan del contacto con las personas y las situaciones que la vida les depara y se recuperan prontamente de los contratiempos (como ocurría en el caso de mi tía June).
En cambio, aquellos otros cuya actividad preponderante radica en el lóbulo prefrontal derecho son proclives a la negatividad y a los estados de ánimo agrios, y se desconciertan con más facilidad ante los contratiempos. Parece, pues, como si fueran incapaces de desconectarse de sus preocupaciones y de sus depresiones.
Esta es, al menos, la conclusión fundamental de la investigación realizada por Richard Davidson, un psicólogo de la Universidad de Wisconsin que descubrió que las personas que tienen una actividad predominantemente más intensa en el lóbulo frontal izquierdo son temperamentalmente alegres, disfrutan del contacto con las personas y las situaciones que la vida les depara y se recuperan prontamente de los contratiempos (como ocurría en el caso de mi tía June).
En cambio, aquellos otros cuya actividad preponderante radica en el lóbulo prefrontal derecho son proclives a la negatividad y a los estados de ánimo agrios, y se desconciertan con más facilidad ante los contratiempos. Parece, pues, como si fueran incapaces de desconectarse de sus preocupaciones y de sus depresiones.
Las lecciones emocionales que recibimos en la infancia pueden tener un impacto muy profundo sobre el temperamento, ya sea amplificando o enmudeciendo una determinada predisposición genética. La gran plasticidad del cerebro infantil determina que las experiencias que acontezcan en estos momentos tempranos tengan un impacto duradero a la hora de modelar los caminos neuronales por los que discurrirá el resto de nuestra vida. Tal vez la mejor ilustración del tipo de experiencias que pueden modificar positivamente el temperamento sea la que nos proporciona la investigación llevada a cabo por Kagan con niños tímidos.
Timidez
Los niños tímidos parecen venir a la vida con un sistema nervioso que les hace sumamente reactivos a las más leves tensiones y, desde el mismo momento del nacimiento, sus corazones laten más rápidamente que los de los demás en respuesta a situaciones extrañas o insólitas. La frecuencia cardiaca de los niños que, a los veintiún meses, se mostraban más reacios a jugar, era más acelerada que la de los demás. Y es precisamente esa ansiedad y esa hiperexcitabilidad lo que parece subyacer a su timidez, puesto que se enfrentan a cualquier persona o situación desconocida como si se tratara de una amenaza potencial. Y tal vez sea también por ello por lo que las mujeres de mediana edad que recuerdan haber sido especialmente vergonzosas en su infancia tienden a vivir con más miedos, preocupaciones y culpabilidad y a padecer más problemas relacionados con el estrés (dolores de cabeza, colón irritable y otros problemas digestivos) que aquéllas otras que durante la infancia eran más abiertas y expresivas.
Los niños tímidos hablaban menos. Un niño tímido
de esta edad no suele responder cuando le hablan, y pasa mucho más tiempo
mirando cómo juegan los demás. En opinión de Kagan, el silencio vergonzoso
frente a una situación insólita o frente a lo que percibe como una amenaza
constituye un signo de la actividad de los circuitos nerviosos que conectan la
zona frontal, la amígdala y las estructuras límbicas próximas que controlan la
capacidad de vocalizar (los mismos circuitos que nos hacen «colapsamos» en
situaciones de estrés).
PXNDX - Narcisista por Excelencia
Sin reclamos
Callar es lo único que hago
te acercas para hacer daño
sin reclamos, no tengo derecho
y siempre provocas dolor en mi pecho
desconsideración es lo que viene de ti
tu forma de ser jamás entendí, tu me haces sufrir
sin reclamos me quedé
cuando entendí que habríamos que decir adiós
cuando fingí que no me importabas más.
miércoles, 29 de agosto de 2012
Si nos damos cuenta de la forma en que la crueldad —o el amor— modela el funcionamiento mismo del cerebro, comprenderemos que la infancia constituye una ocasión que no debiéramos desaprovechar para impartir las lecciones emocionales fundamentales. Los niños maltratados han tenido que recibir una lección constante y muy temprana de traumas. Tal vez debiéramos admitir ya que este tipo de traumas constituye un terrible aprendizaje emocional que deja una impronta muy profunda en el cerebro de los niños maltratados, y buscar la forma más adecuada de resolver este problema.
martes, 28 de agosto de 2012
domingo, 26 de agosto de 2012
Una ventaja emocional
El rendimiento escolar del niño depende del más fundamental de todos los conocimientos, aprender a aprender. Veamos ahora los siete ingredientes clave de esta capacidad fundamental (por cieno, todos ellos relacionados con la inteligencia emocional) enumerados por el mencionado informe:
1. Confianza. La sensación de controlar y dominar el propio cuerpo, la propia conducta y el propio mundo. La sensación de que tiene muchas posibilidades de éxito en lo que emprenda y que los adultos pueden ayudarle en esa tarea.
2. Curiosidad. La sensación de que el hecho de descubrir algo es positivo y placentero.
3. Intencionalidad. El deseo y la capacidad de lograr algo y de actuar en consecuencia. Esta habilidad está ligada a la sensación y a la capacidad de sentirse competente, de ser eficaz.
4. Autocontrol. La capacidad de modular y controlar las propias acciones en una forma apropiada a su edad; la sensación de control interno.
5. Relación. La capacidad de relacionarse con los demás, una capacidad que se basa en el hecho de comprenderles y de ser comprendido por ellos.
6. Capacidad de comunicar. El deseo y la capacidad de intercambiar verbalmente ideas, sentimientos y conceptos con los demás. Esta capacidad exige la confianza en los demás (incluyendo a los adultos) y el placer de relacionarse con ellos.
7. Cooperación. La capacidad de armonizar las propias necesidades con las de los demás en las actividades grupales.
El hecho de que un niño comience el primer día de guardería con estas capacidades ya aprendidas depende mucho de los cuidados que haya recibido de sus padres —y de todos aquellos que, de un modo u otro, hayan actuado a modo de preceptores— proporcionándole así una importante ventaja de partida en el desarrollo de la vida emocional.
El crisol familiar
El estudio demostró que los tres estilos de parentaje emocionalmente más inadecuados eran los siguientes:
•Ignorar completamente los sentimientos de sus hijos. Este tipo de padres considera que los problemas emocionales de sus hijos son algo trivial o molesto, algo que no merece la atención y que hay que esperar a que pase. Son padres que desaprovechan la oportunidad que proporcionan las dificultades emocionales para aproximarse a sus hijos y que ignoran también la forma de enseñarles las lecciones fundamentales que pueden aumentar su competencia emocional.
•El estilo laissez-faire. Estos padres se dan cuenta de los sentimientos de sus hijos, pero son de la opinión de que cualquier forma de manejar los problemas emocionales es adecuada, incluyendo, por ejemplo, pegarles. Por esto, al igual que ocurre con quienes ignoran los sentimientos de sus hijos, estos padres rara vez intervienen para brindarles una respuesta emocional alternativa. Todos sus intentos se reducen a que su hijo deje de estar triste o enfadado, recurriendo para ello incluso al engaño y al soborno.
•Menospreciar y no respetar los sentimientos del niño. Este tipo de padres suelen ser muy desaprobadores y muy duros, tanto en sus críticas como en sus castigos. En este sentido pueden, por ejemplo, llegar a prohibir cualquier manifestación de enojo por parte del niño y ser sumamente severos ante el menor signo de irritabilidad. Éstos son los padres que gritan «¡no me contestes!» al niño que está tratando de explicar su versión de la historia.
Pero, finalmente, también hay padres que aprovechan los problemas emocionales de sus hijos como una oportunidad para desempeñar la función de preceptores o mentores emocionales. Son padres que se toman lo suficientemente en serio los sentimientos de sus hijos como para tratar de comprender exactamente lo que les ha disgustado (« ¿estás enfadado porque Tommy ha herido tus sentimientos?»), y les ayudan a buscar formas alternativas positivas de apaciguarse («¿por qué, en vez de pegarle, no juegas un rato a solas hasta que puedas volver a jugar con él?»).
Pero, para que los padres puedan ser preceptores adecuados, deben tener una mínima comprensión de los rudimentos de la inteligencia emocional. Si tenemos en cuenta que una de las lecciones emocionales fundamentales es la de aprender a diferenciar entre los sentimientos, no nos resultará difícil entender que un padre que se halle completamente desconectado de su propia tristeza mal podrá ayudar a su hijo a comprender la diferencia que existe entre el desconsuelo que acompaña a una pérdida, la pena que nos produce una película triste y el sufrimiento que nos embarga cuando algo malo le ocurre a una persona cercana. Más allá de esta distinción hay otras comprensiones más sutiles como, por ejemplo, la de que el enfado suele ser una respuesta que surge de algún sentimiento herido.
En la medida en que un niño asimila las lecciones emocionales concretas que está en condiciones de aprender —y, por cierto, que también necesita—sufre una transformación. Como hemos visto en el capítulo 7, el aprendizaje de la empatía comienza en la temprana infancia y requiere que los padres presten atención a los sentimientos de su bebé. Aunque algunas de las habilidades emocionales terminen de establecerse en las relaciones con los amigos, los padres emocionalmente diestros pueden hacer mucho para que sus hijos asimilen los elementos fundamentales de la inteligencia emocional: aprender a reconocer, canalizar y dominar sus propios sentimientos y empatizar y manejar los sentimientos que aparecen en sus relaciones con los demás.
Prejuicios
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prejuicios que gané cuando me alejé de ti
No logro entender cómo es que no te hice volver?
los prejuicios nos hicieron enloquecer
tu sólo estas en el ayer
jamás te podría obtener
yo sigo en el presente
tratando de entender porque decidiste marcharte
no encuentro mas que respuestas ilógicas
de esas que te vuelven loca.
Nuestros prejuicios nos separaron
y entonces recuerdos tan sólo quedaron
tan lastimeros y a las vez tan sinceros
tus sentimientos así siempre fueron.
sábado, 25 de agosto de 2012
viernes, 24 de agosto de 2012
El poder curativo del apoyo emocional
En las intrépidas aventuras de Robin Hoad, Robin advierte a un joven simpatizante: «habla libremente y revélanos tus cuitas El fluir de las palabras apacigua el corazón de quien sufre; es como abrir las compuertas cuando el embalse amenaza con desbordarse».
Este retazo de sabiduría popular refleja el hecho de que descubrir nuestros sentimientos constituye una excelente medicina para el corazón apesadumbrado.
Con la ayuda de mis amigos: el valor clínico de las relaciones interpersonales
Los hombres, por otra parte, soportan peor el aislamiento que las mujeres. En este sentido, los hombres solitarios son de dos a tres veces más propensos a morir que quienes mantienen estrechos lazos con los demás mientras que, en lo que respecta a las mujeres solitarias, este riesgo es sólo una vez y media superior al de las mujeres más sociables. Esta diferencia en el impacto que tiene la soledad sobre las mujeres y sobre los hombres puede radicar en que aquéllas tienden a establecer relaciones emocionalmente más próximas que éstos y que, tal vez por ello, no precisen de la misma cantidad de relaciones que los hombres.
Soledad, no obstante, no significa aislamiento. Son muchas las personas que viven retiradas o que tienen muy pocos amigos y que, en cambio, se sienten satisfechas y gozan de una salud excelente. El aislamiento que implica un riesgo clínico consiste en la sensación subjetiva de desarraigo y de no tener a nadie a quien recurrir
La cualidad de las relaciones, así como su frecuencia, parecen ser la clave para reducir el nivel de estrés. Las relaciones negativas tienen un precio muy elevado; las discusiones conyugales, por ejemplo, inciden negativamente en el sistema inmunológico y, como demuestra un estudio realizado entre compañeros de clase, cuanto mayor era el rechazo entre ellos, mayor era también la predisposición a resfriarse, a contraer la gripe y a acudir al médico.
«Las relaciones más importantes de nuestras vidas y las que más incidencia parecen tener sobre la salud son las que mantenemos con las personas con quienes convivimos cotidianamente. Las relaciones más significativas son las que más importancia tienen para nuestra salud»
El coste del pesimismo y las ventajas del optimismo
Las personas esperanzadas se muestran comprensiblemente más capaces de superar los retos que les presente la vida, incluyendo los problemas mentales.
La esperanza resulta especialmente relevante en el caso de las parálisis por lesiones de la médula espinal, ya que este tipo de tragedia clínica suele aquejar a jóvenes que han sufrido un accidente automovilístico y que tendrán que permanecer en esta penosa condición durante el resto de su vida. El modo en que la persona reacciona emocionalmente ante este hecho tiene profundas consecuencias en el esfuerzo que realice para mejorar su funcionalidad física y social. Existen muchas posibles explicaciones de las importantes consecuencias de una actitud pesimista u optimista sobre la salud. Una hipótesis sostiene que el pesimismo aboca a la depresión y que ésta, a su vez, afecta a la resistencia del sistema inmunológico frente a las infecciones y los tumores. Pero ésta no es más que una especulación que, hasta la fecha, no se ha podido comprobar. Otra teoría afirma que la persona pesimista es incapaz de cuidarse a si misma y, en relación con esto, se aducen estudios que demuestran que los pesimistas fuman y beben más y hacen menos ejercicio que los optimistas, es decir, que tienen hábitos más perjudiciales para la salud. Tal vez un día descubramos que la fisiología de la esperanza supone una ventaja biológica en la lucha del cuerpo contra la enfermedad.
La esperanza resulta especialmente relevante en el caso de las parálisis por lesiones de la médula espinal, ya que este tipo de tragedia clínica suele aquejar a jóvenes que han sufrido un accidente automovilístico y que tendrán que permanecer en esta penosa condición durante el resto de su vida. El modo en que la persona reacciona emocionalmente ante este hecho tiene profundas consecuencias en el esfuerzo que realice para mejorar su funcionalidad física y social. Existen muchas posibles explicaciones de las importantes consecuencias de una actitud pesimista u optimista sobre la salud. Una hipótesis sostiene que el pesimismo aboca a la depresión y que ésta, a su vez, afecta a la resistencia del sistema inmunológico frente a las infecciones y los tumores. Pero ésta no es más que una especulación que, hasta la fecha, no se ha podido comprobar. Otra teoría afirma que la persona pesimista es incapaz de cuidarse a si misma y, en relación con esto, se aducen estudios que demuestran que los pesimistas fuman y beben más y hacen menos ejercicio que los optimistas, es decir, que tienen hábitos más perjudiciales para la salud. Tal vez un día descubramos que la fisiología de la esperanza supone una ventaja biológica en la lucha del cuerpo contra la enfermedad.
Premio y castigo
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te adentraste en lo más profundo de mi ser
y ahora no se qué hacer conmigo
así eres premio o castigo
no hay nada más triste que recordar
que sólo fui tu capricho
tan distante, tan presente, mi premio o castigo
tan hiriente en cada paso
y a la vez tan injustificable
este dolor, causante por mi premio y castigo
no me lo he podido quitar
irremediable forma de sentir fue la que elegí
sufrir y llorar, reír y gozar, eché mis emociones a andar
sigues ahí premio y castigo
convirtiendo todo aquello que provocas
en sentimientos que tu no tocas
pero que duelen cuando los remueves.
jueves, 23 de agosto de 2012
Intocable
Te volviste así desde el día en que te perdí
intocable, fuiste siempre así, en realidad nunca te pertenecí
sin fuerzas me quedé cuando tu decidiste no volver
intocable fuiste desde hace un ayer.
Extrañarte no podré, simplemente porque sigues en el presente
pero intocable serás desde siempre
Irresistible cual dulce al paladar
luego te vuelves amargo cuando recuerdo que no te puedo desear
sonrisas sueles sacar pero lágrimas han de costar
pues te vuelves intocable en cada pensamiento
la vida sería mas bella si no existieras sin embargo, no logro
comprender ¿cómo es que lo intocable loco te puede volver?
intocable, fuiste siempre así, en realidad nunca te pertenecí
sin fuerzas me quedé cuando tu decidiste no volver
intocable fuiste desde hace un ayer.
Extrañarte no podré, simplemente porque sigues en el presente
pero intocable serás desde siempre
Irresistible cual dulce al paladar
luego te vuelves amargo cuando recuerdo que no te puedo desear
sonrisas sueles sacar pero lágrimas han de costar
pues te vuelves intocable en cada pensamiento
la vida sería mas bella si no existieras sin embargo, no logro
comprender ¿cómo es que lo intocable loco te puede volver?
Sucedió
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no hay mas en mi interior
todo lo que hay es rencor
ganas de salir corriendo
no hay salida todo lo que soñé se derrumbo
y todo sucedió. La frustración regresó
echándome en cara que no fui capaz
mi corazón se esforzó
pero todo sucedió.
La felicidad se marchó dejándome vacía la emoción
no hay nada en mi
tan sólo un sabor amargo
todo sucedió sin embargo,
quisiera ser más que palabras
quisiera borrar todo este karma
acabar con la derrota dejar de tener el alma rota
sucedió, lo siento fuerte no soy.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Abracadabra - En Realidad (VIDEO OFICIAL)
T__________________________________T nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo Ok ya u.u
Prejuicios
El aprendizaje del componente emocional de los prejuicios tiene lugar a una edad tan temprana que hasta quienes comprenden que se trata de un error tienen dificultades para erradicarlo por completo. Según afirma Thomas Pettigrew, un psicólogo social de la Universidad de California en Santa Cruz que se ha dedicado durante varias décadas al estudio de los prejuicios: «las emociones propias de los prejuicios se consolidan durante la infancia mientras que las creencias que los justifican se aprenden muy posteriormente. Si usted quiere abandonar sus prejuicios advertirá que le resulta mucho más fácil cambiar sus creencias intelectuales al respecto que transformar sus sentimientos más profundos. No son pocos los sureños que me han confesado que, aunque sus mentes ya no sigan alimentando el odio en contra de los negros, no por ello dejan de experimentar una cierta repugnancia cuando estrechan sus manos. Los sentimientos son un residuo del aprendizaje al que fueron sometidos siendo niños en el seno de sus familias».
Además, dado que los prejuicios constituyen una variedad del aprendizaje emocional, el reaprendizaje es posible, aunque necesite tiempo y no pueda ser el resultado de un simple cursillo de entrenamiento en la diversidad. Lo que sí puede servir, en cambio, es la cooperación sostenida día tras día y el esfuerzo cotidiano hacia un objetivo común entre personas procedentes de sustratos diferentes. Lo que nos enseñan las escuelas que promueven la integración racial es que, cuando el grupo fracasa en este intento, se forman pandillas hostiles y se intensifican los estereotipos negativos. Pero cuando los estudiantes trabajan en equipo como iguales en la búsqueda de un objetivo común, como ocurre en los equipos deportivos o en las bandas de música —y como también sucede naturalmente en el mundo laboral cuando las personas trabajan codo con codo a lo largo de los años— los estereotipos terminan rompiéndose.
Además, dado que los prejuicios constituyen una variedad del aprendizaje emocional, el reaprendizaje es posible, aunque necesite tiempo y no pueda ser el resultado de un simple cursillo de entrenamiento en la diversidad. Lo que sí puede servir, en cambio, es la cooperación sostenida día tras día y el esfuerzo cotidiano hacia un objetivo común entre personas procedentes de sustratos diferentes. Lo que nos enseñan las escuelas que promueven la integración racial es que, cuando el grupo fracasa en este intento, se forman pandillas hostiles y se intensifican los estereotipos negativos. Pero cuando los estudiantes trabajan en equipo como iguales en la búsqueda de un objetivo común, como ocurre en los equipos deportivos o en las bandas de música —y como también sucede naturalmente en el mundo laboral cuando las personas trabajan codo con codo a lo largo de los años— los estereotipos terminan rompiéndose.
El liderazgo no tiene que ver con el control de los demás sino con el arte de persuadirles para colaborar en la construcción de un objetivo común.
Y, en lo que respecta a nuestro propio mundo interior, nada hay más esencial que poder reconocer nuestros sentimientos más profundos y saber lo que tenemos que hacer para estar más satisfechos con nuestro trabajo.
Y, en lo que respecta a nuestro propio mundo interior, nada hay más esencial que poder reconocer nuestros sentimientos más profundos y saber lo que tenemos que hacer para estar más satisfechos con nuestro trabajo.
El ataque personal, en suma, tiene un efecto
devastador sobre el estado de ánimo.
J.R. Larson, un psicólogo de la Universidad de Illinois (Urbana), quien luego prosigue diciendo: «si un jefe no expresa prontamente sus sentimientos, su frustración irá lentamente en aumento hasta que, el día más inesperado, estalle de golpe. Si, por el contrario, manifiesta sus críticas, el empleado tendrá, al menos, la posibilidad de corregir el problema. Con demasiada frecuencia, la gente sólo expresa sus críticas cuando las cosas han llegado ya a un punto extremo; en otras palabras, cuando están demasiado enfadados como para poder controlar lo que dicen. Y lo que ocurre entonces es que las críticas se vierten del peor modo posible, con un tono de amargo sarcasmo, sacando a la luz la larga lista de agravios que han ido acumulando, agrediendo con ella a sus empleados. Pero este tipo de ataques no hace más que desencadenar una guerra, porque quien los recibe se siente agredido y termina enojándose. Esta es, en resumen, la peor forma de motivar a alguien».
Las críticas adecuadas no se ocupan tanto de atribuir los errores a un rasgo de carácter como de centrarse en lo que la persona ha hecho y puede hacer. Como observa Larson: «los ataques al carácter —llamarle a alguien estúpido o incompetente, por ejemplo- yerran por completo el objetivo. Así, lo único que se consigue es poner inmediatamente a la otra persona a la defensiva, con lo cual deja de estar receptivo a sus recomendaciones sobre la forma de mejorar la situación». Este consejo, obviamente, es también aplicable a la expresión de las quejas en el seno del matrimonio.
Y, en términos de motivación, cuando las personas consideran que sus fracasos se deben a alguna carencia innata, pierden toda esperanza de transformar las cosas y dejan de intentar cambiarlas.
Recordemos que la creencia básica que conduce al optimismo es que los contratiempos y los fracasos se deben a las circunstancias y que siempre podremos hacer algo para cambiar éstas.
Las críticas adecuadas no se ocupan tanto de atribuir los errores a un rasgo de carácter como de centrarse en lo que la persona ha hecho y puede hacer. Como observa Larson: «los ataques al carácter —llamarle a alguien estúpido o incompetente, por ejemplo- yerran por completo el objetivo. Así, lo único que se consigue es poner inmediatamente a la otra persona a la defensiva, con lo cual deja de estar receptivo a sus recomendaciones sobre la forma de mejorar la situación». Este consejo, obviamente, es también aplicable a la expresión de las quejas en el seno del matrimonio.
Y, en términos de motivación, cuando las personas consideran que sus fracasos se deben a alguna carencia innata, pierden toda esperanza de transformar las cosas y dejan de intentar cambiarlas.
Recordemos que la creencia básica que conduce al optimismo es que los contratiempos y los fracasos se deben a las circunstancias y que siempre podremos hacer algo para cambiar éstas.
Harry Levinson, un antiguo psicoanalista que se ha pasado al campo empresarial, da los siguientes consejos sobre el arte de la crítica (que curiosamente también están inextricablemente ligados al arte del elogio):
«Sea concreto. Concéntrese en algún incidente significativo, en algún acontecimiento que ilustre un problema clave que deba cambiar o en alguna pauta deficiente (como, por ejemplo, la incapacidad de realizar adecuadamente determinados aspectos de un trabajo). Saber que uno está haciendo «algo» mal sin saber de qué se trata concretamente resulta sumamente descorazonador. Limitese a lo concreto, señalando también lo que la persona hace bien, lo que no hace tan bien y cómo podría cambiarlo. No vaya con rodeos y evite las ambigüedades y las evasivas porque eso podría enmascarar el mensaje real.» (Esto, evidentemente, se asemeja mucho al consejo que suele darse a las parejas a la hora de expresar sus quejas: diga exactamente cuál es el problema, lo que está equivocado, cómo le hace sentir y qué es lo que podría cambiarse.)
Permanezca presente. Las críticas, al igual que las alabanzas, son más eficaces cara a cara y en privado. Es muy probable que las personas a quienes no les agrada criticar —ni alabar— tiendan a hacerlo a distancia pero, de ese modo, la comunicación resulta demasiado impersonal y escamotea al receptor la oportunidad de responder o de solicitar alguna aclaración.
Permanezca sensible. Esta es una llamada a la empatía, a tratar de sintonizar con el impacto que tienen sus palabras y su forma de expresión sobre el receptor. Según Levinson, los ejecutivos poco empáticos tienden a dar feedbacks demasiado hirientes y humillantes. Pero el efecto de este tipo de críticas resulta destructivo porque, en lugar de abrir un camino para mejorar las cosas, despierta la respuesta emocional del resentimiento, la amargura, las actitudes defensivas y el distanciamiento.
Secuestro emocional
Durante un secuestro emocional, las capacidades de escuchar, pensar y hablar con claridad se ven claramente mermadas y es por ese mismo motivo por lo que el hecho de tranquilizarse constituye un paso absolutamente necesario sin el cual no puede existir el menor progreso en la resolución del problema en cuestión.
La empatía —que consiste en escuchar los sentimientos reales subyacentes al mensaje verbal— es el modo más eficaz de escuchar sin adoptar una actitud defensiva.
Para que cada miembro de la pareja sea capaz de empatizar realmente con el otro es imprescindible que aprenda a sosegar sus reacciones emocionales hasta volverse lo bastante sensible a sus propias respuestas fisiológicas como para poder captar con fidelidad los sentimientos de su pareja. Sin esta receptividad fisiológica no existirá la menor posibilidad de captar los sentimientos del otro. La empatía desaparece en el mismo momento en que nuestros sentimientos son tan poderosos como para anular todo lo demás y no dejar abierta la menor posibilidad de sintonizar con el otro.
El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal.
La empatía —que consiste en escuchar los sentimientos reales subyacentes al mensaje verbal— es el modo más eficaz de escuchar sin adoptar una actitud defensiva.
Para que cada miembro de la pareja sea capaz de empatizar realmente con el otro es imprescindible que aprenda a sosegar sus reacciones emocionales hasta volverse lo bastante sensible a sus propias respuestas fisiológicas como para poder captar con fidelidad los sentimientos de su pareja. Sin esta receptividad fisiológica no existirá la menor posibilidad de captar los sentimientos del otro. La empatía desaparece en el mismo momento en que nuestros sentimientos son tan poderosos como para anular todo lo demás y no dejar abierta la menor posibilidad de sintonizar con el otro.
El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal.
martes, 21 de agosto de 2012
Pensamientos tóxicos
“Pensamientos automáticos”», es decir, creencias fugaces sobre las personas con quienes nos relacionamos y sobre nosotros mismos que reflejan nuestras actitudes emocionales más profundas.
Este tipo de pensamientos es muy poderoso y pone en marcha el sistema de alarma neurológico. El pensamiento de que uno es una víctima desencadena un secuestro emocional que activa la larga serie de ofensas que uno ha recibido del otro, olvidando simultáneamente todo lo positivo que haya aportado que no cuadre con la visión de que uno es una víctima inocente.
En situaciones similares, las parejas que se hallan libres de este tipo de procesos mentales suelen adoptar una interpretación más positiva, en consecuencia son menos proclives a experimentar un secuestro emocional y, en caso de hacerlo, se recuperan con mayor prontitud. El patrón general de pensamientos que alimentan o, por el contrario, aligeran la crisis se atiene al modelo de optimismo o pesimismo propuesto en el capitulo 6 por el psicólogo Martin Seligman. La visión pesimista sería aquélla que considera que nuestra pareja tiene un defecto inherente e inmutable que sólo genera sufrimiento: «es un egoísta que sólo piensa en sí mismo. Así lo parieron y jamás cambiará. Lo único que quiere de mí es que esté completamente a su servicio sin tener en cuenta cuáles son mis sentimientos». La visión optimista contrapuesta podría expresarse más o menos del siguiente modo: «ahora parece muy exigente pero, en el pasado, ha demostrado ser muy comprensivo. Tal vez esté atravesando una mala racha. Es muy posible que tenga algún problema en el trabajo». Esta última perspectiva no descalifica al otro miembro de la pareja ni considera desesperanzadamente que la relación matrimonial esté dañada de manera irreversible, sino que piensa, en cambio, que sólo se trata de un problema circunstancial y pasajero. La primera actitud aboca a la desazón mientras que la segunda proporciona, en cambio, una sensación de mayor sosiego.
Este tipo de pensamientos es muy poderoso y pone en marcha el sistema de alarma neurológico. El pensamiento de que uno es una víctima desencadena un secuestro emocional que activa la larga serie de ofensas que uno ha recibido del otro, olvidando simultáneamente todo lo positivo que haya aportado que no cuadre con la visión de que uno es una víctima inocente.
En situaciones similares, las parejas que se hallan libres de este tipo de procesos mentales suelen adoptar una interpretación más positiva, en consecuencia son menos proclives a experimentar un secuestro emocional y, en caso de hacerlo, se recuperan con mayor prontitud. El patrón general de pensamientos que alimentan o, por el contrario, aligeran la crisis se atiene al modelo de optimismo o pesimismo propuesto en el capitulo 6 por el psicólogo Martin Seligman. La visión pesimista sería aquélla que considera que nuestra pareja tiene un defecto inherente e inmutable que sólo genera sufrimiento: «es un egoísta que sólo piensa en sí mismo. Así lo parieron y jamás cambiará. Lo único que quiere de mí es que esté completamente a su servicio sin tener en cuenta cuáles son mis sentimientos». La visión optimista contrapuesta podría expresarse más o menos del siguiente modo: «ahora parece muy exigente pero, en el pasado, ha demostrado ser muy comprensivo. Tal vez esté atravesando una mala racha. Es muy posible que tenga algún problema en el trabajo». Esta última perspectiva no descalifica al otro miembro de la pareja ni considera desesperanzadamente que la relación matrimonial esté dañada de manera irreversible, sino que piensa, en cambio, que sólo se trata de un problema circunstancial y pasajero. La primera actitud aboca a la desazón mientras que la segunda proporciona, en cambio, una sensación de mayor sosiego.
Las parejas que adoptan una postura pesimista
son sumamente proclives a los raptos emocionales y se enfadan, ofenden y
molestan por todo lo que hace su compañero, creciendo su irritación a medida
que avanza la discusión. Este estado de inquietud interna, unido a su actitud
pesimista, les hace más proclives a recurrir a la crítica y las quejas
desconsideradas en las desavenencias con su pareja, lo cual incrementa, a su
vez, la probabilidad de terminar adoptando una actitud defensiva o de clara
cerrazón.
Es muy posible que los pensamientos tóxicos más
virulentos sean aquéllos que albergan los hombres que llegan a maltratar físicamente
a sus esposas. Un estudio sobre la violencia marital llevado a cabo por
psicólogos de la Universidad de Indiana demostró que las pautas de pensamiento
de estos hombres son las mismas que las de los niños bravucones del patio de
recreo. Suele tratarse de hombres que interpretan las acciones neutras de sus
esposas como ataques y utilizan este prejuicio para justificar su agresividad
hacia ellas (quienes se muestran sexualmente agresivos en sus citas con las
mujeres sufren un proceso muy parecido, prejuzgándolas con suspicacia y
desdeñando sus posibles objeciones)i Como hemos visto en el capítulo 7, este
tipo de hombres se siente especialmente amenazado por el desdén, el rechazo o
la vergüenza pública a que les pueden someterles sus esposas. Una escena típica
que suele activar la «justificación» de la violencia del marido es la
siguiente: «estás en una fiesta y de repente te das cuenta de que hace media
hora que tu mujer está hablando y riendo con ese hombre tan atractivo que
parece estar coqueteando con ella». La respuesta habitual de este tipo de
hombres ante el rechazo o abandono de sus esposas oscila entre la indignación y
la humillación. Es muy posible que, en tal caso, pensamientos automáticos del
tipo «ella va a dejarme» actúen a modo de desencadenante de un secuestro emocional en el que el marido violento reaccione impulsivamente o,
como dicen los investigadores, manifieste una «respuesta conductual
inapropiada”
El resplandor emocional
Una noche mi amigo volvía a casa en el metro de Tokio cuando entró en el vagón un enorme, belicoso, ebrio y sucio trabajador. El hombre, tambaleándose, comenzó a asustar a los pasajeros gritando todo tipo de imprecaciones y empujó a una mujer que llevaba consigo un bebé, lanzándola hacia donde se encontraba una anciana pareja, que entonces se levantó de golpe y huyó precipitadamente al otro extremo del vagón. El borracho dio unos cuantos golpes más y. en su rabia, cogió la barra de metal que se hallaba en medio del vagón y. con un rugido, trató de arrancarla.
En aquel momento Terry. que se hallaba en plenas condiciones físicas debido a su entrenamiento diario de ocho horas de aíkido, se sintió llamado a intervenir antes de que alguien quedara seriamente dañado. Entonces recordó las palabras de su maestro: «el aikido es el arte de la reconciliación y quien lo considere como una lucha romperá su conexión con el universo. En el mismo momento en que tratas de dominar a los demás estás derrotado. Nosotros estudiamos la forma de resolver los conflictos, no de iniciarlos».
Ciertamente, cuando Terry emprendió su aprendizaje se comprometió con su maestro a no iniciar nunca una pelea y a utilizar este arte marcial sólo como una forma de defensa. Ahora acababa de descubrir una oportunidad para poner a prueba su práctica del aikido en la vida real, en lo que era un caso claro de legítima defensa. Es por ello que, mientras los demás pasajeros permanecían paralizados en sus asientos, Terry se levantó lenta y deliberadamente.
Al verle, el borracho bramó:
—¡Ah, un extranjero! ¡Lo que tú necesitas es una lección sobre modales japoneses!— y se dispuso a lanzarse sobre Terry.
Pero cuando estaba a punto de hacerlo alguien gritó en voz muy alta y divertida:
—¡Eh!
El grito mostraba el tono jovial de alguien que había reconocido súbitamente a un querido amigo. El borracho, sorprendido, se dio la vuelta y vio a un diminuto japonés de unos setenta años ataviado con un kimono que permanecía sentado. El anciano sonrió con alegría al borracho y le saludó con un leve movimiento de la mano y un animoso:
—¡Venga aquí!
El borracho se acerco dando zancadas a él preguntando, con un agresivo:
—¿Y por qué diablos debería hablar contigo?
Mientras tanto, Terry estaba dispuesto a reducir al borracho apenas hiciera el menor movimiento violento.
—¿Qué has estado bebiendo? —preguntó el anciano con sus ojos chispeantes.
—He bebido sake y ése no es asunto tuyo —vociferó el borracho.
—¡Oh, muy bien, muy bien! —replicó el anciano— ¿Sabes? A mi también me gusta el sake. Cada noche, mi esposa y yo (ella tiene setenta y seis años) nos bebemos una botella pequeña de sake en el jardín, donde nos sentamos en un viejo banco de madera...
Y luego siguió hablando de un caqui que había en su jardín y de las excelencias de beber sake en mitad de la noche.
A medida que iba escuchando al anciano, el rostro del borracho comenzó a dulcificarse y sus puños se relajaron:
—Sí... a mí también me gusta el caqui... —dijo con la voz apagada.
—Sí —replicó el anciano enérgicamente—. Y estoy seguro de que tienes una esposa maravillosa.
—¡No! —respondió el obrero—. Mi esposa murió...
Yentonces, sollozando, se lanzó a contar el triste relato de la pérdida de su esposa, de su hogar y de su trabajo, y se mostró avergonzado de sí mismo.
Cuando el metro llegó a su parada y Terry estaba saliendo del vagón alcanzó a escuchar cómo el anciano invitaba al borracho a ir a su casa para contarle más detalladamente todo aquello y aún pudo vislumbrar cómo se arrellanaba en el asiento y apoyaba su cabeza en el regazo del anciano.
Esto es resplandor emocional.
Camaleones sociales
No obstante, si estas habilidades interpersonales no tienen el adecuado contrapeso de una clara sensación de los propios sentimientos y necesidades y del modo de satisfacerlas, pueden terminar abocando a un éxito social hueco, a una popularidad, en fin, conseguida pasando por encima de uno mismo. Esta es, al menos, la hipótesis sostenida por Mark Snyder, un psicólogo de la Universidad de Minnesota que ha estudiado a las personas cuyas habilidades sociales las convierten en verdaderos camaleones sociales, campeones en causar buena impresión, el tipo de persona cuyo credo psicológico podría resumirse en aquella cita de W.H. Auden, en la que decía que la imagen que tenía de si mismo «es muy distinta de la imagen que trato de crear en la mente de los demás para que puedan quererme». Esta especie de mercantilismo emocional suele ocurrir cuando las habilidades sociales sobrepasan a la capacidad de conocer y admitir los propios sentimientos ya que, para ser querido —o, por lo menos, para gustar—, el camaleón social parece transformarse en lo que quieren aquéllos con quienes está. En opinión de Snyder, el rasgo distintivo de quienes caen en esta pauta es que causan una impresión excelente pero mantienen relaciones muy inestables y muy poco gratificantes. La pauta realmente saludable consiste, por el contrario, en utilizar las habilidades sociales equilibradamente sin olvidarse de uno mismo.
Pero los camaleones sociales no dudan lo más mínimo en decir una cosa y hacer otra diferente, malviviendo así con la contradicción entre su rostro público y su realidad privada, si ello les reporta un mínimo de aprobación social. La psicoanalista Helena Deutsch llamaba a esas personas «personalidades como si», personalidades que manifiestan una extraordinaria plasticidad para adaptarse a las señales que reciben de quienes les rodean. «En la mayor parte de los casos —me dijo Snyder— la persona pública y la persona privada se entremezclan adecuadamente, pero en otros casos, sin embargo, parecen constituir una especie de calidoscopio de apariencias sumamente tornadizas. Son como Zelig, el personaje de Woody Alíen que trataba desesperadamente de camuflarse en función de las personas con quienes se encontraba».
Estas personas, en lugar de decir lo que verdaderamente sienten, tratan antes de buscar pistas sobre lo que los demás quieren de ellos. Para llevarse bien y ser queridos por los demás, están dispuestos a ser exageradamente amables hasta con las personas que les desagradan, y suelen utilizar sus habilidades sociales para actuar en función de lo que exijan las diferentes situaciones sociales, de modo que pueden representar personajes muy distintos en función de las personas con quienes se encuentran, cambiando de la sociabilidad más efusiva, pongamos por caso, a la circunspección más reservada. A decir verdad, estos rasgos son muy apreciados en ciertas profesiones que requieren un control eficaz de la impresión que se causa, como ocurre en el mundo del teatro, el derecho, las ventas, la diplomacia y la política.
Existe, no obstante, otro tipo de control de las emociones más decisivo, que permite diferenciar entre los camaleones sociales carentes de centro de gravedad que tratan de impresionar a todo el mundo y aquellos otros que utilizan su destreza social más en consonancia con sus verdaderos sentimientos. Estamos hablando de la integridad, de la capacidad que nos permite actuar según nuestros sentimientos y valores más profundos sin importar las consecuencias sociales, una actitud emocional que puede conducir a provocar una confrontación deliberada para trascender la falsedad y la negación, una forma de clarificación que los camaleones sociales jamás podrán llevar a cabo.
inteligencia interpersonal
El talento de Roger representa una de las cuatro habilidades identificadas por Hatch y Gardner como los elementos que componen la inteligencia emocional:
•Organización de grupos. La habilidad esencial de un líder consiste en movilizar y coordinar los esfuerzos de un grupo de personas. Ésta es la capacidad que podemos advertir en los directores y productores de teatro, en los oficiales del ejército y en los dirigentes eficaces de todo tipo de organizaciones y grupos. En el patio de recreo se trata del niño que decide a qué jugarán, el niño que termina convirtiéndose en el capitán del equipo.
•Negociar soluciones. El talento del mediador consiste en impedir la aparición de conflictos o en solucionar aquéllos que se declaren. Las personas que presentan esta habilidad suelen descollar en el mundo de los negocios, en el arbitrio y la mediación de conflictos y también pueden hacer carrera en el cuerpo diplomático, en el mundo del derecho, como intermediarios o como consejeros de empresa. Son los niños, en nuestro caso, que resuelven las disputas que se presentan en el patio de recreo.
•Conexiones personales. Esta es la habilidad que acabamos de reseñar en Roger, una habilidad que se asienta en la empatía, favorece el contacto con los demás, facilita el reconocimiento y el respeto por sus sentimientos y sus intereses y permite, en suma, el dominio del sutil arte de las relaciones. Estas personas saben «trabajar en equipo» y suelen ser consortes responsables y buenos amigos o compañeros de trabajo; en el mundo de los negocios son buenos vendedores o ejecutivos y también pueden ser excelentes maestros. Los niños como Roger suelen llevarse bien con casi todo el mundo, no tienen dificultades para jugar con otros niños y disfrutan haciéndolo. Estos niños tienden a ser muy buenos leyendo las emociones de las expresiones faciales y también son muy queridos por sus compañeros.
•Análisis social. Esta habilidad consiste en ser capaces de detectar e intuir los sentimientos, los motivos y los intereses de las personas, un conocimiento que suele fomentar el establecimiento de relaciones con los demás y su profundización. En el mejor de los casos, esta capacidad les convierte en competentes terapeutas o consejeros psicológicos y, en el caso de combinarse con el talento literario, produce novelistas y dramaturgos muy dotados.
El conjunto de todas estas habilidades constituye la materia prima de la inteligencia interpersonal, el ingrediente fundamental del encanto, del éxito social e incluso del carisma. Las personas socialmente inteligentes pueden conectar fácilmente con los demás, son diestros en leer sus reacciones y sus sentimientos y también pueden conducir, organizar y resolver los conflictos que aparecen en cualquier interacción humana. Ellos son los líderes naturales, las personas que saben expresar los sentimientos colectivos latentes y articularlos para guiar al grupo hacia sus objetivos. Son el tipo de personas con quienes a los demás les gusta estar porque son emocionalmente nutricios, dejan a los demás de buen humor y despiertan el comentario de que «es un placer estar con alguien así».
lunes, 20 de agosto de 2012
Hay algo
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hay algo que no se oculta mi latir aun te busca
hay algo llamado amor pero mi corazón no ha más que sentido ardor
hay algo dentro de mi tratando de salir no soy capaz si quiera de predecir
hay algo perdido en el ayer es mi corazón que no se cansa de quererte
sigues siendo tan cruel
domingo, 19 de agosto de 2012
Optimismo
El optimismo —al igual que la esperanza— significa tener una fuerte expectativa de que, en general, las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades. Y al igual que ocurre con su prima hermana, la esperanza, el optimismo —siempre y cuando se trate de un optimismo realista (porque el optimismo ingenuo puede llegar a ser desastroso)— tiene sus beneficios.
Seligman define al optimismo en función de la forma en que la gente se explica a si misma sus éxitos y sus fracasos. Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar. Y estas distintas explicaciones tienen consecuencias muy profundas en la forma de hacer frente a la vida. Ante un despido, por ejemplo, los optimistas tienden a responder de una manera activa y esperanzada, elaborando un plan de acción o buscando ayuda y consejo porque consideran que los contratiempos no son irremediables y pueden ser transformados. Los pesimistas, en cambio, consideran que los contratiempos constituyen algo irremediable y reaccionan ante la adversidad asumiendo que no hay nada que ellos puedan hacer para que las cosas salgan mejor la próxima vez y, en consecuencia, no hacen nada por cambiar el problema. Para ellos, los problemas se deben a algún déficit personal con el que siempre tendrán que contar.
Uno de los orígenes de una visión positiva o negativa puede ser el temperamento innato, ya que hay personas que tienden naturalmente hacia una o hacia la otra. Pero, como también veremos en el capítulo 14, el temperamento puede verse modulado por la experiencia. El optimismo y la esperanza —al igual que la impotencia y la desesperación— pueden aprenderse. Detrás de los dos existe lo que los psicólogos denominan autoeficacia, la creencia de que uno tiene el control de los acontecimientos de su vida y puede hacer frente a los problemas en la medida en que se presenten. Desarrollar algún tipo de habilidad fortalece la sensación de eficacia y predispone a asumir riesgos y problemas más difíciles. Y el hecho de superar estas dificultades aumenta a su vez la sensación de autoeficacia, una aptitud que lleva a hacer un mejor uso de cualquier habilidad y que también contribuye a desarrollarlas.
Albert Bandura, un psicólogo de la Universidad de Stanford que se ha ocupado de investigar el tema de la autoeficacia, resume perfectamente este punto del siguiente modo: «las creencias de las personas sobre sus propias habilidades tienen un profundo efecto sobre éstas. La habilidad no es un atributo fijo sino que, en este sentido, existe una extraordinaria variabilidad. Las personas que se sienten eficaces se recuperaran prontamente de los fracasos y no se preocupan tanto por el hecho de que las cosas puedan salir mal sino que se aproximan a ellas buscando el modo de manejarlas»
Seligman define al optimismo en función de la forma en que la gente se explica a si misma sus éxitos y sus fracasos. Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar. Y estas distintas explicaciones tienen consecuencias muy profundas en la forma de hacer frente a la vida. Ante un despido, por ejemplo, los optimistas tienden a responder de una manera activa y esperanzada, elaborando un plan de acción o buscando ayuda y consejo porque consideran que los contratiempos no son irremediables y pueden ser transformados. Los pesimistas, en cambio, consideran que los contratiempos constituyen algo irremediable y reaccionan ante la adversidad asumiendo que no hay nada que ellos puedan hacer para que las cosas salgan mejor la próxima vez y, en consecuencia, no hacen nada por cambiar el problema. Para ellos, los problemas se deben a algún déficit personal con el que siempre tendrán que contar.
Uno de los orígenes de una visión positiva o negativa puede ser el temperamento innato, ya que hay personas que tienden naturalmente hacia una o hacia la otra. Pero, como también veremos en el capítulo 14, el temperamento puede verse modulado por la experiencia. El optimismo y la esperanza —al igual que la impotencia y la desesperación— pueden aprenderse. Detrás de los dos existe lo que los psicólogos denominan autoeficacia, la creencia de que uno tiene el control de los acontecimientos de su vida y puede hacer frente a los problemas en la medida en que se presenten. Desarrollar algún tipo de habilidad fortalece la sensación de eficacia y predispone a asumir riesgos y problemas más difíciles. Y el hecho de superar estas dificultades aumenta a su vez la sensación de autoeficacia, una aptitud que lleva a hacer un mejor uso de cualquier habilidad y que también contribuye a desarrollarlas.
Albert Bandura, un psicólogo de la Universidad de Stanford que se ha ocupado de investigar el tema de la autoeficacia, resume perfectamente este punto del siguiente modo: «las creencias de las personas sobre sus propias habilidades tienen un profundo efecto sobre éstas. La habilidad no es un atributo fijo sino que, en este sentido, existe una extraordinaria variabilidad. Las personas que se sienten eficaces se recuperaran prontamente de los fracasos y no se preocupan tanto por el hecho de que las cosas puedan salir mal sino que se aproximan a ellas buscando el modo de manejarlas»
sábado, 18 de agosto de 2012
Pensamientos positivos
Los estados de ánimo positivos aumentan la capacidad de pensar con flexibilidad y complejidad, haciendo más fácil encontrar soluciones a los problemas, ya sean intelectuales o interpersonales. Esto parece indicar que una forma de ayudar a alguien a resolver un problema consiste en contarle un chiste. La risa, al igual que la euforia, parece ampliar la perspectiva y, de ese modo, ayuda a la gente a pensar con más amplitud y a asociar con mayor libertad, advirtiendo relaciones que, de otra manera, podrían pasar inadvertidas, una habilidad mental importante, no sólo para la creatividad sino también para el reconocimiento de las relaciones complejas y la previsión de las consecuencias de una determinada decisión.
Reprimir impulsos
La capacidad de reprimir los impulsos al servicio de un objetivo (ya sea levantar una empresa, resolver un problema de álgebra o ganar la Copa Stanley)— tal vez constituya la esencia de la autorregulación emocional. Este descubrimiento subraya el papel de la inteligencia emocional como una metahabilidad que determina la forma —adecuada o inadecuada— en que las personas son capaces de utilizar el resto de sus capacidades mentales.
Motivación es la clave
Las emociones dificultan o favorecen nuestra capacidad de pensar, de planificar, de acometer el adiestramiento necesario para alcanzar un objetivo a largo plazo, de solucionar problemas, etcétera, y, en este mismo sentido, establecen los límites de nuestras capacidades mentales innatas y determinan así los logros que podremos alcanzar en nuestra vida.
El control de la tristeza
La tristeza que provoca una pérdida irreparable, por ejemplo, suele ir acompañada de ciertas consecuencias: disminuye el interés por los placeres y diversiones, fija la atención en aquello que se ha perdido e impone una pausa momentánea que renueva nuestra energía para permitirnos acometer nuevas empresas. La tristeza, en suma, proporciona una especie de refugio reflexivo frente a los afanes y ocupaciones de la vida cotidiana, que nos sume en un periodo de retiro y de duelo necesario para asimilar nuestra pérdida, un período en el que podemos ponderar su significado, llevar a cabo los ajustes psicológicos pertinentes y, por último, establecer nuevos planes que permitan que nuestra vida siga adelante.
En realidad, uno de los principales determinantes de la duración y la intensidad de un estado depresivo es el grado de obsesión de la persona. Preocuparse por aquello que nos deprime sólo contribuye a que la depresión se agudice y se prolongue más todavía. En la depresión, la preocupación puede adoptar diferentes formas, aunque, sin embargo, todas ellas se focalizan en algún aspecto de la depresión misma como, por ejemplo, el agotamiento, la escasa motivación, la faltade energía o el poco rendimiento.
Según Nolen—Hoeksma, las mujeres son más proclives que los hombres a obsesionarse cuando están deprimidas, lo cual podría explicar el hecho de que la cifra de mujeres diagnosticadas de depresión duplique a la de hombres. Obviamente, éste no es el único factor que tener en cuenta, porque las mujeres también son más proclives a expresar abiertamente su angustia y tienen más motivos para deprimirse.
Dos estrategias, en concreto, se han mostrado especialmente eficaces en esta lucha: una de ellas consiste en aprender a afrontar los pensamientos que se esconden en el mismo núcleo de la obsesión, cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas. La otra consiste en establecer deliberadamente un programa de actividades agradables que procure alguna clase de distracción.
Como me dijo Wenzlaff: «las asociaciones de pensamientos no sólo se basan en su contenido sino también según el propio estado de ánimo. Las personas contamos con un repertorio de pensamientos negativos que acuden a nuestra mente con mayor facilidad cuando estamos alicaídos. Quienes son más proclives a la depresión tienden a establecer fuertes lazos asociativos entre estos pensamientos, de modo que, una vez que se ha evocado un determinado estado de ánimo negativo, resulta mucho más difícil suprimirlo. Por más irónico que pueda parecer, las personas deprimidas tienden a distraerse recurriendo a otros pensamientos depresivos, con lo cual lo único que consiguen es profundizar todavía más su depresión».
Según afirma una teoría, el llanto puede constituir un método natural para reducir los niveles de neurotransmisores cerebrales que alimentan la angustia. Pero, aunque el hecho de llorar puede romper a veces el maleficio de la tristeza, también puede obsesionar a la persona con la causa de su aflicción. La idea de que «el llanto es bueno» resulta un tanto equívoca porque, cuando refuerza el ciclo de pensamientos obsesivos, sólo sirve para prolongar el sufrimiento. La distracción, en cambio, es capaz de romper la cadena de pensamientos sombríos que sostiene a la depresión.
Uno de los antídotos más eficaces contra la depresión —muy poco utilizado, por cierto, fuera del contexto de la terapia— es la llamada reestructuración cognitiva o, dicho de otro modo, tratar de ver las cosas desde una óptica diferente. Es natural lamentarse por el fin de una relación o sumergirse en pensamientos autocompasivos como, por ejemplo, «esto significa que siempre estaré solo», pensamientos que no hacen más que fortalecer la sensación de desesperación. Sin embargo, el hecho de recapacitar y reconsiderar los aspectos negativos de la relación o de ver que esa relación de pareja no era la adecuada —en otras palabras, reconsiderar la pérdida desde una perspectiva diferente, bajo una luz más positiva— puede servir de adecuado antídoto a la tristeza.
Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. Según me dijo Tice: «la oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa».
En realidad, uno de los principales determinantes de la duración y la intensidad de un estado depresivo es el grado de obsesión de la persona. Preocuparse por aquello que nos deprime sólo contribuye a que la depresión se agudice y se prolongue más todavía. En la depresión, la preocupación puede adoptar diferentes formas, aunque, sin embargo, todas ellas se focalizan en algún aspecto de la depresión misma como, por ejemplo, el agotamiento, la escasa motivación, la faltade energía o el poco rendimiento.
Según Nolen—Hoeksma, las mujeres son más proclives que los hombres a obsesionarse cuando están deprimidas, lo cual podría explicar el hecho de que la cifra de mujeres diagnosticadas de depresión duplique a la de hombres. Obviamente, éste no es el único factor que tener en cuenta, porque las mujeres también son más proclives a expresar abiertamente su angustia y tienen más motivos para deprimirse.
Dos estrategias, en concreto, se han mostrado especialmente eficaces en esta lucha: una de ellas consiste en aprender a afrontar los pensamientos que se esconden en el mismo núcleo de la obsesión, cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas. La otra consiste en establecer deliberadamente un programa de actividades agradables que procure alguna clase de distracción.
Como me dijo Wenzlaff: «las asociaciones de pensamientos no sólo se basan en su contenido sino también según el propio estado de ánimo. Las personas contamos con un repertorio de pensamientos negativos que acuden a nuestra mente con mayor facilidad cuando estamos alicaídos. Quienes son más proclives a la depresión tienden a establecer fuertes lazos asociativos entre estos pensamientos, de modo que, una vez que se ha evocado un determinado estado de ánimo negativo, resulta mucho más difícil suprimirlo. Por más irónico que pueda parecer, las personas deprimidas tienden a distraerse recurriendo a otros pensamientos depresivos, con lo cual lo único que consiguen es profundizar todavía más su depresión».
Según afirma una teoría, el llanto puede constituir un método natural para reducir los niveles de neurotransmisores cerebrales que alimentan la angustia. Pero, aunque el hecho de llorar puede romper a veces el maleficio de la tristeza, también puede obsesionar a la persona con la causa de su aflicción. La idea de que «el llanto es bueno» resulta un tanto equívoca porque, cuando refuerza el ciclo de pensamientos obsesivos, sólo sirve para prolongar el sufrimiento. La distracción, en cambio, es capaz de romper la cadena de pensamientos sombríos que sostiene a la depresión.
Uno de los antídotos más eficaces contra la depresión —muy poco utilizado, por cierto, fuera del contexto de la terapia— es la llamada reestructuración cognitiva o, dicho de otro modo, tratar de ver las cosas desde una óptica diferente. Es natural lamentarse por el fin de una relación o sumergirse en pensamientos autocompasivos como, por ejemplo, «esto significa que siempre estaré solo», pensamientos que no hacen más que fortalecer la sensación de desesperación. Sin embargo, el hecho de recapacitar y reconsiderar los aspectos negativos de la relación o de ver que esa relación de pareja no era la adecuada —en otras palabras, reconsiderar la pérdida desde una perspectiva diferente, bajo una luz más positiva— puede servir de adecuado antídoto a la tristeza.
Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. Según me dijo Tice: «la oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa».
viernes, 17 de agosto de 2012
Recordando el pasado
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aquel pasado donde estuviste tú
relativamente fui feliz en su momento
pero luego todo fue tormento
no se cuál es la diferencia de seguir como si nada
todo terminó porque nada de aquello comenzó
la felicidad que germinó mientras tu estabas
no fue sino producto de mi misma
te creías tan superior pero nada había en tu interior
me sentía tan inferior sin darme cuenta de todo lo que soy
dijiste que no fue tu intención sin embargo, te dejaste amar por mi entonces fue que comprendí que solo fuimos victimas de nosotros mismos
lo que te hizo estar conmigo fue tu necesidad de ser tu mismo
que intencional o no quiero que sepas que dolió.
miércoles, 15 de agosto de 2012
Esclavos de la pasión
El dominio de uno mismo, esa capacidad de afrontar los contratiempos emocionales que nos deparan los avatares del destino y que nos emancipa de la «esclavitud de las pasiones» ha sido una virtud altamente encomiada desde los tiempos de Platón. Como señala Page DuBois, el notable erudito de la Grecia clásica, el antiguo término griego utilizado para referirse a esta virtud era sofrosyne, «el cuidado y la inteligencia en el gobierno de la propia vida». Los romanos y la iglesia cristiana primitiva, por su parte, la denominaban temperantia —templanza— la contención del exceso emocional. Pero el objetivo de la templanza no es la represión de las emociones sino el equilibrio, porque cada sentimiento es válido y tiene su propio valor y significado. Una vida carente de pasión sería una tierra yerma indiferente que se hallaría escindida y aislada de la fecundidad de la vida misma. Como apuntaba Aristóteles, el objetivo consiste en albergar la emoción apropiada, un tipo de sentimiento que se halle en consonancia con las circunstancias. El intento de acallar las emociones conduce al embotamiento y la apatía, mientras que su expresión desenfrenada, por el contrario, puede terminar abocando, en situaciones extremas, al campo de lo patológico (como ocurre, por ejemplo, en los casos de depresión postrante, ansiedad aguda, cólera desmesurada o autación maniaca).
El hecho de mantener en jaque a las emociones angustiosas constituye la clave de nuestro bienestar emocional. Como acabamos de señalar, los extremos —esto es, las emociones que son desmesuradamente intensas o que se prolongan más de lo necesario— socavan nuestra estabilidad. Pero ello no significa, en modo alguno, que debamos limitarnos a experimentar un sólo tipo de emoción. El intento de permanecer feliz a toda costa nos recuerda a la ingenuidad de aquellas insignias de rostros sonrientes que estuvieron tan de moda durante la década de los setenta. Habría mucho que decir acerca de la aportación constructiva del sufrimiento a la vida espiritual y creativa, porque el sufrimiento puede ayudamos a templar el alma.
La vida está sembrada de altibajos, pero nosotros debemos aprender a mantener el equilibrio.
No se trata, pues, de que, para ser felices, debamos evitar los sentimientos angustiosos, sino tan sólo que no nos pasen inadvertidos y terminen desplazando a los estados de ánimo más positivos. Aun quienes atraviesan episodios de enojo o depresión aguda disponen, a pesar de todo, de la posibilidad de disfrutar de cierta sensación de bienestar si cuentan con el adecuado contrapunto que suponen las experiencias alegres y felices. Estos estudios también confirman la escasa relación existente entre el bienestar emocional de la persona y sus calificaciones académicas o su CI, lo cual demuestra la independencia de las emociones con respecto a la inteligencia académica.
De la misma forma que existe un murmullo continuo de pensamientos en el fondo de la mente, también podemos constatar la existencia de un constante ruido emocional. Despiértese a alguien, por ejemplo, a las seis de la mañana o a las siete de la tarde y descubrirá que siempre se halla en un determinado estado de ánimo. Por supuesto que, en dos mañanas diferentes, uno puede hallarse en dos estados de ánimo muy distintos pero, cuando tratamos de determinar el estado de ánimo general de una persona a lo largo de las semanas o los meses, los datos obtenidos tienden a reflejar su sensación global de bienestar. Y también resulta evidente que los sentimientos muy intensos son relativamente raros y que la mayor parte de las personas vivimos en una especie de término medio gris, en una suave montaña rusa emocional apenas salpicada de ligeros sobresaltos.
El hecho de mantener en jaque a las emociones angustiosas constituye la clave de nuestro bienestar emocional. Como acabamos de señalar, los extremos —esto es, las emociones que son desmesuradamente intensas o que se prolongan más de lo necesario— socavan nuestra estabilidad. Pero ello no significa, en modo alguno, que debamos limitarnos a experimentar un sólo tipo de emoción. El intento de permanecer feliz a toda costa nos recuerda a la ingenuidad de aquellas insignias de rostros sonrientes que estuvieron tan de moda durante la década de los setenta. Habría mucho que decir acerca de la aportación constructiva del sufrimiento a la vida espiritual y creativa, porque el sufrimiento puede ayudamos a templar el alma.
La vida está sembrada de altibajos, pero nosotros debemos aprender a mantener el equilibrio.
No se trata, pues, de que, para ser felices, debamos evitar los sentimientos angustiosos, sino tan sólo que no nos pasen inadvertidos y terminen desplazando a los estados de ánimo más positivos. Aun quienes atraviesan episodios de enojo o depresión aguda disponen, a pesar de todo, de la posibilidad de disfrutar de cierta sensación de bienestar si cuentan con el adecuado contrapunto que suponen las experiencias alegres y felices. Estos estudios también confirman la escasa relación existente entre el bienestar emocional de la persona y sus calificaciones académicas o su CI, lo cual demuestra la independencia de las emociones con respecto a la inteligencia académica.
De la misma forma que existe un murmullo continuo de pensamientos en el fondo de la mente, también podemos constatar la existencia de un constante ruido emocional. Despiértese a alguien, por ejemplo, a las seis de la mañana o a las siete de la tarde y descubrirá que siempre se halla en un determinado estado de ánimo. Por supuesto que, en dos mañanas diferentes, uno puede hallarse en dos estados de ánimo muy distintos pero, cuando tratamos de determinar el estado de ánimo general de una persona a lo largo de las semanas o los meses, los datos obtenidos tienden a reflejar su sensación global de bienestar. Y también resulta evidente que los sentimientos muy intensos son relativamente raros y que la mayor parte de las personas vivimos en una especie de término medio gris, en una suave montaña rusa emocional apenas salpicada de ligeros sobresaltos.
Inteligencia emocional
Los sentimientos desempeñan un papel fundamental para navegar a través de la incesante corriente de las decisiones personales que la vida nos obliga a tomar. Es cierto que los sentimientos muy intensos pueden crear estragos en el razonamiento, pero también lo es que la falta de conciencia de los sentimientos puede ser absolutamente desastrosa, especialmente en aquellos casos en los que tenemos que sopesar cuidadosamente decisiones de las que, en gran medida, depende nuestro futuro (como la carrera que estudiaremos, la necesidad de mantener un trabajo estable o de arriesgarnos a cambiarlo por otro más interesante, con quién casamos, dónde vivir, qué apartamento alquilar, qué casa comprar, etcétera). Estas son decisiones que no pueden tomarse exclusivamente con la razón sino que también requieren del concurso de las sensaciones viscerales y de la sabiduría emocional acumulada por la experiencia pasada. La lógica formal por sí sola no sirve para decidir con quién casamos, en quién confiar o qué trabajo desempeñar porque, en esos dominios, la razón carente de sentimientos es ciega.
La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste, en suma, en permanecer en contacto con nuestras propias sensaciones.
Tal vez la capacidad para la introspección psicológica esté relacionada con estos circuitos neuronales. Hay personas que naturalmente se hallan más sintonizadas con las modalidades simbólicas propias de la mente emocional, como, por ejemplo, la metáfora, la analogía, la poesía, la canción y la fábula escritos todos ellos en el lenguaje del corazón. Y lo mismo ocurre en el caso de los sueños y los mitos, en los que el flujo narrativo está determinado por asociaciones difusas que siguen la lógica de la mente emocional. Quienes sintonizan naturalmente con la voz de su propio corazón -con el lenguaje de la emoción— son más proclives a escuchar sus mensajes, ya sea como novelistas, compositores o psicoterapeutas. Esta sintonía interna les hace más aptos para escuchar la voz de «la sabiduría del inconsciente» y captar así el significado que sienten sobre sus sueños y sus fantasías, los símbolos que encaman nuestros deseos más profundos.
La conciencia de uno mismo —la facultad que trata de fortalecer la psicoterapia— es fundamental para la introspección psicológica. De hecho, el modelo de la inteligencia intrapsíquica que sigue Howard Gardner es el propuesto por Sigmund Freud, el gran cartógrafo de la dinámica oculta del psiquismo. Como señaló claramente Freíd, gran parte de nuestra vida emocional es inconsciente, y nuestros sentimientos no siempre logran cruzar el umbral de la conciencia. La verificación empírica de este axioma psicológico procede, por ejemplo, de los experimentos sobre las emociones inconscientes, como el descubrimiento de que las personas relacionan concretamente cosas que ni siquiera saben que han visto anteriormente. Cualquier emoción puede ser —y normalmente es— inconsciente.
Existen, pues, dos niveles de la emoción, un nivel consciente y otro inconsciente, y el momento en que llega a la conciencia constituye el jalón que indica su registro por el córtex frontal.
La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste, en suma, en permanecer en contacto con nuestras propias sensaciones.
Tal vez la capacidad para la introspección psicológica esté relacionada con estos circuitos neuronales. Hay personas que naturalmente se hallan más sintonizadas con las modalidades simbólicas propias de la mente emocional, como, por ejemplo, la metáfora, la analogía, la poesía, la canción y la fábula escritos todos ellos en el lenguaje del corazón. Y lo mismo ocurre en el caso de los sueños y los mitos, en los que el flujo narrativo está determinado por asociaciones difusas que siguen la lógica de la mente emocional. Quienes sintonizan naturalmente con la voz de su propio corazón -con el lenguaje de la emoción— son más proclives a escuchar sus mensajes, ya sea como novelistas, compositores o psicoterapeutas. Esta sintonía interna les hace más aptos para escuchar la voz de «la sabiduría del inconsciente» y captar así el significado que sienten sobre sus sueños y sus fantasías, los símbolos que encaman nuestros deseos más profundos.
La conciencia de uno mismo —la facultad que trata de fortalecer la psicoterapia— es fundamental para la introspección psicológica. De hecho, el modelo de la inteligencia intrapsíquica que sigue Howard Gardner es el propuesto por Sigmund Freud, el gran cartógrafo de la dinámica oculta del psiquismo. Como señaló claramente Freíd, gran parte de nuestra vida emocional es inconsciente, y nuestros sentimientos no siempre logran cruzar el umbral de la conciencia. La verificación empírica de este axioma psicológico procede, por ejemplo, de los experimentos sobre las emociones inconscientes, como el descubrimiento de que las personas relacionan concretamente cosas que ni siquiera saben que han visto anteriormente. Cualquier emoción puede ser —y normalmente es— inconsciente.
Existen, pues, dos niveles de la emoción, un nivel consciente y otro inconsciente, y el momento en que llega a la conciencia constituye el jalón que indica su registro por el córtex frontal.
Inteligencia emocional
En palabras de John Mayer, un psicólogo de Universidad of New Hampshire que, junto a Peter Salovey, de Yale, ha formulado la teoría de la inteligencia emocional, ser consciente de uno mismo significa «ser consciente de nuestros estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de esos estados de ánimo».> Ser consciente de uno mismo, en suma, es estar atento a los estados internos sin reaccionar ante ellos y sin juzgarlos. Pero Mayer también descubrió que esta sensibilidad puede no ser tan ecuánime, como ocurre, por ejemplo, en el caso de los típicos pensamientos en los que uno, dándose cuenta de sus propias emociones, dice «no debería sentir esto», «estoy pensando en cosas positivas para animarme» o, en el caso de una conciencia más restringida de uno mismo, el pensamiento fugaz de que «no debería pensar en estas cosas».
En opinión de Mayer, existen varios estilos diferentes de personas en cuanto a la forma de atender o tratar con sus emociones:
•La persona consciente de si misma. Como es comprensible, la persona que es consciente de sus estados de ánimo mientras los está experimentando goza de una vida emocional más desarrollada. Son personas cuya claridad emocional impregna todas las facetas de su personalidad; personas autónomas y seguras de sus propias fronteras; personas psicológicamente sanas que tienden a tener una visión positiva de la vida; personas que, cuando caen en un estado de ánimo negativo, no le dan vueltas obsesivamente y, en consecuencia, no tardan en salir de él. Su atención, en suma, les ayuda a controlar sus emociones.
•Las personas atrapadas en sus emociones. Son personas que suelen sentirse desbordadas por sus emociones y que son incapaces de escapar de ellas, como si fueran esclavos de sus estados de ánimo. Son personas muy volubles y no muy conscientes de sus sentimientos, y esa misma falta de perspectiva les hace sentirse abrumados y perdidos en las emociones y, en consecuencia, sienten que no pueden controlar su vida emocional y no tratan de escapar de los estados de ánimo negativos.
•Las personas que aceptan resignadamente sus emociones. Son personas que, si bien suelen percibir con claridad lo que están sintiendo, también tienden a aceptar pasivamente sus estados de ánimo y, por ello mismo, no suelen tratar de cambiarlos. Parece haber dos tipos de aceptadores, los que suelen estar de buen humor y se hallan poco motivados para cambiar su estado de ánimo y los que, a pesar de su claridad, son proclives a los estados de ánimo negativos y los aceptan con una actitud de laissez-faire que les lleva a no tratar de cambiarlos a pesar de la molestia que suponen (una pauta que suele encontrarse entre aquellas personas deprimidas que están resignadas con la situación en que se encuentran).
En opinión de Mayer, existen varios estilos diferentes de personas en cuanto a la forma de atender o tratar con sus emociones:
•La persona consciente de si misma. Como es comprensible, la persona que es consciente de sus estados de ánimo mientras los está experimentando goza de una vida emocional más desarrollada. Son personas cuya claridad emocional impregna todas las facetas de su personalidad; personas autónomas y seguras de sus propias fronteras; personas psicológicamente sanas que tienden a tener una visión positiva de la vida; personas que, cuando caen en un estado de ánimo negativo, no le dan vueltas obsesivamente y, en consecuencia, no tardan en salir de él. Su atención, en suma, les ayuda a controlar sus emociones.
•Las personas atrapadas en sus emociones. Son personas que suelen sentirse desbordadas por sus emociones y que son incapaces de escapar de ellas, como si fueran esclavos de sus estados de ánimo. Son personas muy volubles y no muy conscientes de sus sentimientos, y esa misma falta de perspectiva les hace sentirse abrumados y perdidos en las emociones y, en consecuencia, sienten que no pueden controlar su vida emocional y no tratan de escapar de los estados de ánimo negativos.
•Las personas que aceptan resignadamente sus emociones. Son personas que, si bien suelen percibir con claridad lo que están sintiendo, también tienden a aceptar pasivamente sus estados de ánimo y, por ello mismo, no suelen tratar de cambiarlos. Parece haber dos tipos de aceptadores, los que suelen estar de buen humor y se hallan poco motivados para cambiar su estado de ánimo y los que, a pesar de su claridad, son proclives a los estados de ánimo negativos y los aceptan con una actitud de laissez-faire que les lleva a no tratar de cambiarlos a pesar de la molestia que suponen (una pauta que suele encontrarse entre aquellas personas deprimidas que están resignadas con la situación en que se encuentran).
Las mujeres suelen experimentar las emociones en general, tanto positivas como negativas, con más intensidad que los hombres. En cualquier caso, y dejando de lado las diferencias de sexo, la vida emocional es más rica para quienes perciben más. Por otra parte, el exceso de sensibilidad emocional supone una verdadera tormenta emocional —ya sea celestial o infernal— para las personas situadas en uno de los extremos del continuo de Diener, mientras que quienes se hallan en el otro polo apenas si experimentan sentimiento alguno aun en las circunstancias más extremas.
Los rasgos clínicos más sobresalientes de los
alexitímicos son la dificultad para describir los sentimientos —tanto los
propios como los ajenos— y un vocabulario emocional sumamente restringido. Es
más, se trata de personas que hasta tienen dificultades para discriminar las
emociones de las sensaciones corporales, así que tal vez puedan decir que
tienen mariposas en el estómago, palpitaciones, sudores y vértigos, pero son
ciertamente incapaces de reconocer que lo que sienten es ansiedad.
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