Mis sentimientos se verán plasmados aqui ya que salí huyendo de otra parte de la cual no puedo regresar no hasta que pueda sanar
viernes, 28 de diciembre de 2012
Cuenta esa leyenda que en tiempos medievales había una aldea que vivía horrorizada por una dragón que habitaba en una cueva en las afueras. Todos estaban dominados por el miedo al dragón, y a medida que el miedo crecía, mudaban sus viviendas cada vez más lejos de la cueva. Pero el dragón seguía creciendo. De los diez metros de largo que medía al principio, pasó a los quince y luego a los veinte. Le salieron dos cabezas en lugar de una. Grandes púas le crecieron en el lomo y empezó a echar fuego por la boca. Cuanto más aterrados estaban los aldeano y cuánto más trataban de alejarse, tanto más se acercaba el dragón y más lejos llegaba su aliento ardiente.
Cierto día, un joven aldeano que había crecido en medio del terror que inspiraba el monstruo, decidió acercarse a la cueva para ver si la bestia era tan feroz como todos creían. Su familia y los demás aldeanos tratan de disuadirlo, pero él estaba decidido. Aunque el miedo hacía palpitar aceleradamente su corazón, partió en dirección de la cueva del dragón. A medida que se acercaba, su miedo crecía. El sudor le corría por la cara y sus piernas casi no le sostenían. Pero siguió caminando.
Por fin avistó la cueva. Oyó los movimientos del dragón y su terror aumentó. Estuvo a punto de vomitar y sintió ganas de huir. Pero siguió avanzando hacia la cueva hasta que pudo espiar el interior. Lo que vio lo sorprendió. El dragón era grande y fiero, pero ni por asomo tan grande y fiero como el suponía. Tenía una sola cabeza. Y ninguna púa. Arrojaba fuego, pero las llamas apenas llegaban a un metro de distancia. Muy aliviado el aldeano decidió sentarse a descansar. Se quedó dormido durante varias horas, y al despertar notó algo extraño. El dragón parecía más pequeño y menos feroz que antes. El joven decidió pasar la noche allí. Cuando despertó por la mañana, el dragón seguía en su lugar pero era mucho más pequeño. El aldeano se acercó a la bestia y le habló. Al hacerlo, el dragón siguió encogiéndose hasta que no fue más grande que un lagarto.
El joven regresó a la aldea y contó su aventura. Al principio los demás no le creyeron, pero poco después empezaron a acercarse a la cueva, primero de a dos y de a tres y luego en grupos mayores, para ver al dragón con sus propios ojos. Comprobaron que el dragón era desagradable y un tanto amenazante, pero ni tan feo ni tan feroz como ellos creían. Seguían sin gustarles la idea de que un dragón viviera en el linde con su aldea, pero ahora que se habían enfrentado con la bestia no les molestaba demasiado, y con el tiempo se acostumbraron su presencia.
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